Cuentos desde Orchha
Había una vez, hace muchos años… allí por el año 1501, en un remoto lugar de la India llamado Orccha, vivía un príncipe amable y valeroso. Él fue el primer rajá o príncipe de Orccha porque él creó la ciudad, a las orillas del río Betwa. Lo primero que hizo el príncipe, fue construirse un palacio que sería la envidia de todo el lugar.
Su pequeño principado, era rico y muy próspero, pero sobre todo era muy importante para la preservación de su fe… Así que debía construir tantos palacios como fuera posible, y templos magníficos no sólo para honrar a los dioses, si no para invitar a los embajadores del Imperio Mogol, impulsores del Islam y destructores del hinduismo.
Tal era la fe del príncipe, que un día en su paseo matutino vio a un malvado león atacar a una vaca sagrada… y al ir a defenderla, el león lo mató. Falleció defendiendo lo más sagrado de su religión… la vida y la vaca.
Y había una vez dos viajeros cansados a quien India tenía en jaque que allí se encontraron. Sintiéndose vacas exhaustas y nada sagradas, llegaron a Orccha buscando paz y seguridad… Una serenidad que habían perdido allí en Irán y que necesitaban recuperar. Con sus mochilas a la espalda cargadas de “volvámoslo a intentar” aterrizaban en una ciudad pequeña, bastante ordenada y limpia y cuya gente era mucho menos pilla que los demás…
Lo primero que hicieron fue recorrer el palacio, el Raj Mahal, esta vez, en muy buena compañía: dos burgaleses tan amantes de los viajes y de la fotografía, como ácidos en sus comentarios y críticos con lo que veían… dos de esas personas que bien merecen un alto en el camino y que permanecerán para siempre en nuestra mochila…
Pero volvamos al palacio, que se dispersa el cuento… Lo primero que hicieron fue recorrer el palacio. Ajado y maltrecho lucía orgulloso tantos torreones como grietas tenía… Poco o nada quedaba de aquellos años en los que el lujo le recubría, aunque algo se intuye cuando se entra en sus salas…
… salas que siguen pintadas con frescos que transportan al viajero a lo que debió ser este lugar en su día. Cientos de estancias y habitaciones, hoy vacías… pero con pinturas exquisitas, para la técnica que entonces había. Flores, mujeres, princesas, vestidos, elefantes y todo tipo de geometrías…
3 plantas interminables volcadas a un par de patios y a lo que debió de ser un hermoso jardín… Edificios conectados por galerías, decrépitas y desnudas, que conducen al viajero a través del tiempo en un sueño incompleto recubierto de polvo…
… Salir del palacio e ir a recorrer el templo, un templo en planta de cruz, con enormes torres y soberbias cúpulas en su interior. El Templo Chaturbhuj dónde niños, fieles y vacas se concentran en su interior buscando la bendición de los dioses…
Pero lo mejor se concentra alrededor de los templos, del nuevo y del viejo, pasado y presente… un bazar animado, colorido, lleno de tikka y joyas, gandhis y ropa… lleno de “muy barato amigo” y de “sólo mirar… amigo”. Pero sin cruzar ese límite de hacerse pesados…
Al final del pueblo, hallaron un grupo de templos dónde perderse y descansar… descansar del ruido, de la gente, del sol… Descansar del camino y saborear el misticismo que allí se respira…
… Unos jardines impecables, acabados con mimo y mucho esmero que convierten estos templos en un oasis decorado al más mínimo detalle.
Entre sus calles y sus recovecos, hallaron de nuevo la paz y el amor por la ruta… la serenidad. Y Orccha se convirtió sin duda en el primer lugar de India digno de recomendar… Si viajas por el norte del país, no te saltes este manantial, que junto con Pushkar, se ha convertido en nuestro lugar favorito y un rincón al que regresar.
Pero lo mejor de Orchha fue sin duda el tiempo allí… y encontrar el primer (y último) thali no picante de toda India!! Qué dónde está esa maravilla? En un restaurante enfrente de la calle que sube al templo, en la segunda planta… pronunciad las palabras mágicas “No spicy” y vuestro deseo se hará realidad!!
Placentero y tranquilo eh?, así lo percibí